Perspectivas de superación del duelo
El duelo
En algún momento de nuestra vida nos ha tocado enfrentar la triste realidad de la pérdida de un ser querido. Se trata de uno de los momentos más amargos que puede experimentar un ser humano. Para muchos se trata de una experiencia que tarda en llegar. Los primeros en causarnos ese dolor, normalmente, son los abuelos, seguido de otros familiares, de mayor o menor grado de relación filial, a veces ocurre transcurridos algunos años, otros desde la niñez. Aunque hay importancia en el momento y el grado de madurez que tengamos cuando ocurre un incidente así, la verdad es que es muy significativo cuando ocurre en la temprana edad adulta.
En la niñez duelen estos eventos, más la capacidad del niño para procesar estos hechos es en muchos casos superficial; debido a que la atención del infante sobre el mundo se centra en sí mismo. En la adolescencia la vorágine de hormonas y emociones latentes en esa edad unidad al egoísmo infantil (no estoy siendo descalificativo; solo que así se distingue psicológicamente esta edad) que caracteriza la adolescencia y juventud sirven como un disuadizador de estas circunstancias. Sin embargo, a partir de la edad adulta, el dolor se hace más severo: en esta edad la atención situada in situ tiende a desaparecer y la empatía comienza a jugar un papel predominante en el cóctel de emociones que pasan formar parte de la cotidianidad del adulto. Aun así, es indudable que este tipo de evento deja, en todos los casos y edades, huellas profundas que se van asimilando de acuerdo a la mentalidad de cada individuo, pero manteniendo un cierto grado de estandarización y valores que tienden a ser normales, recurrentes y por lo tanto medibles.
Adentrándonos un poco más, en la edad adulta el proceso es algo más complicado. La temprana edad adulta, es ese periodo que se extiende desde la mayoría de edad hasta antes de los 30, aunque el periodo puede variar de acuerdo a las responsabilidades que el individuo haya adquirido. Un ser humano alcanza la madurez total al momento de reproducirse. Es ser padre el momento que más nos vuelve susceptibles al dolor de la pérdida de un ser querido. Esto se debe a que los hijos resultan ser en primer lugar el último escalón de desarrollo biológico evolutivo, en segundo lugar los hijos; por la necesidad implicita del trasparsar la herencia genetica, pasan a ser parte fundamental de nuestras emociones y por lo tanto epicentro de nuestro accionar adulto. Es indiscutible el impacto que los hijos tienen en el control y experimentación de emociones fuertes; como lo puede llegar a ser este que estamos estudiando: la pérdida de un ser amado.
Psicológicamente:
La psicología maneja esto de un modo muy preciso, y conocidas son las etapas del duelo que esta área del estudio de la psiquis tiene determinada de manera metódica. La negación, la ira, la negociación, la depresión y la aceptación, son modelos de etapas del duelo que tienen lugar en mayor o menor medida en cada individuo, pero que en todos se manifiestan y sus consecuencias y procesos son experimentadas por todo aquel que ha perdido un ser querido. La psicología se vale de las mismas para ir explorando y definiendo cada etapa del dolor que atraviesa el individuo a fin de aplicar el método más conveniente para ayudar a la persona a superar la pérdida.
Sin embargo, en este documento no pretendo abordar el tema de la pérdida de un ser querido desde un punto de vista meramente psicológico. Si no que, deseo abordarlo con una perspectiva más científica. Pienso, que esto podrá ayudar a muchas personas que han experimentado este lamentable proceso, de otra manera, de otra forma, lo que ayudará a sanar las heridas que indudablemente perduran en la mente de todos los dolientes. La psicología estudia el hecho con un carácter profesional apegado a los principios cimentados en la teoría de la inteligencia emocional y de los principios psicodinámicos que tratan de dar explicación del proceso psíquico que atraviesa el ser humano ante la pérdida, y transformarlo o llevarlo o un nuevo enfoque, donde se centre el sentir en otro objeto de afecto que sea más saludable para el individuo.
Es en el aspecto psicodinámico de la transición de un objeto que causa daño al individuo hacia otro que resulte más saludable, en lo que precisamente creo que este documento ayudará a las personas. La psicología trata de transformar aquel dolor situado en la libido doliente del ser humano en algo que él pueda llevar. No obstante, aquí se hace necesaria una separación, puesto que, y para nadie es un secreto, que las terapias a veces no tienen el efecto deseado y, individuos con duros eventos situados en la libido de manera frecuente suelen atravesar periodos de los que en ocasiones no logran salir. Es decir, no siempre es posible salir del estadío de dolor e impotencia que la pérdida de un ser querido causa. Muchas veces la depresión es difícil de superar y el individuo termina rindiéndose ante el dolor.
La fe:
El raciocinio inductivo enfoca esto como individuos con predisposiciones genéticas en cuyos casos no se hace seguro un tratamiento efectivo. Aunque, hay que dejar claro que la psicoterapia y la psicología han logrado y de hecho tienen en su haber muy buenos números que dan cuenta de una efectividad alta en sus tratamientos. Sin embargo, otro actor que también se enfoca en ayudar al ser humano es: la fe religiosa, la cual no se enfoca en sacar al individuo del objeto de dolor, sino que mediante la fe y la esperanza en una vida futura trata de dar respuesta y ayuda a “pacientes” por así llamarlos que atraviesan duras etapas como las aquí señaladas.
Entonces, a diferencia de la psicología, la fe religiosa ya no muda el objeto de afecto del individuo buscando un status más saludable, sino que brinda un proceso de sanación orientado por nuevas creencias y esperanzas que el individuo poco a poco va asimilando hasta integrarlas en su sistema de creencias, de donde se convence que: volverá a ver a aquel ser querido, que la vida futura es mejor, que el más allá es un lugar donde no hay sufrimiento e incluso colocan la vida más allá de esta esfera como la verdadera vida; situando esta como un reflejo de la vida en el otro reino o dimensiòn espiritual (1 corintios 15). Siguiendo esa línea, la persona que busca superar la pérdida de un ser querido, encuentra refugio en la fe al aceptar la posibilidad de una vida en el más allá.
Pues bien, la naturaleza racionalista del pensamiento psicológico cierra esta posibilidad, y por lo tanto no ofrece al individuo la esperanza de un mundo mejor situado en el más allá. Puesto, que para la ciencia el más allá no existe y centra o limita la existencia humana a este y solo a este espacio y tiempo; por lo que no hay lugar para vida después de esta. Dejando al individuo la dura tarea de aceptar que jamás volverá a ver a la persona, pero que puede recordarla como una manera de homenajearla y puede aceptar la tristeza de su partida en un hecho biológico, normal y natural al que todo organismo vivo se expone y que es el resultado de nuestro tránsito e interacción con las condiciones ambientales y demás eventos que suceden a nuestro alrededor. De allí, que la psicología haga esfuerzos mediante técnicas como: perdón, aceptación, proyección, transferencia, etc, para lograr que el individuo encuentre la paz o haga las paces con el objeto de afecto perdido y con las circunstancias dolorosas que causaron su desaparición, como una manera de afrontar de manera saludable el proceso de duelo hasta lograr niveles aceptables de dominio de los sentimientos que afloran en el individuo durante esta situación.
Cabe señalar que la psicología busca en todo momento fortalecer la psiquis del individuo, teniendo como objetivo que este no se haga daño o cause daños a terceros. En ningún momento ve esto como un proceso de sanación interior, como si lo hace la fe religiosa. Debido, a que aunque define como trauma un proceso de dolor, difiere en aceptar como sanación el periodo posterior a este, sino que lo enfoca como parte de un proceso natural de aceptación de la naturaleza humana, biológica y perecedera.
Con lo anterior, queda claro que la psicología y la religión son dos formas diferentes muy exitosas de afrontar el duelo de manera positiva. La primera busca cambiar el dolor centrado en el deseo de recuperar la persona perdida, ubicando el deseo en otro tipo de objetos; es decir, logrando que el individuo encuentre nuevas perspectivas y centre sus deseos no en el objeto perdido si no en nuevos horizontes y enfoques. La fe, por su parte, busca centrar el deseo del individuo en la idea esperanzadora de un más allá, en donde no solo el objeto de dolor está mejor, sino que además existe la posibilidad de volver a encontrarse con él.
Aunque parezcan antagónicas en sus prácticas, en la finalidad ambas vertientes de pensamiento se unen, ofreciendo dos perspectivas sumamente válidas para lograr superar la depresión y el dolor que causa la pérdida de un ser querido. Por lo tanto, la idea no es descartar una u la otra, sino aceptar que ambas son aliadas divergentes en técnicas pero convergentes en un mismo objetivo: ayudar al individuo a superar la dura realidad de haber perdido a alguien que forma parte de sus afectos. Habemos quienes decidimos creer en la fe, y llenarnos de esperanzas gloriosas de que algún día volveremos a ver a nuestros seres queridos y volveremos a compartir con ellos y celebraremos dichosos para siempre. Esta perspectiva es única, formidable y hace dichosos a todos aquellos que logran integrar en sus sistemas de creencias esto con una fe inquebrantable.
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